"4,32 millones de personas con discapacidad,
más de 8.000 asociaciones luchando por sus derechos"
Opinión
Confianza, cooperación y convergencia
Por Paulino Azúa, presidente de la Comisión de Cooperación y Convergencia Asociativa del CERMI
21/06/2013
El mes de octubre del año pasado, el CERMI organizó una sesión de trabajo con el tema “Repensando los modelos de atención a la discapacidad: de la unilateralidad a la convergencia asociativa”. En las conclusiones de dicho encuentro se puso de relieve la necesidad de que la unilateralidad como modelo en la gestión de servicios diese paso a otro tipo de modelos más sostenibles orientados hacia la austeridad en la gestión, reducción de estructuras, optimización de equipos, simplificación de procesos y cooperación con terceros para reducir costes, por citar sólo algunas de las consideraciones finales.
La reflexión conjunta que tuvo lugar en esa reunión tuvo como consecuencia la creación, en el ámbito del CERMI, de una comisión integrada por representantes de las principales entidades y de los CERMI autonómicos denominada “Cooperación y convergencia asociativa”
Las reuniones que hemos mantenido en este grupo de trabajo y las opiniones manifestadas por sus integrantes me dan pie para expresar algunas reflexiones sobre un asunto como éste, capital, a mi juicio, para el futuro de las organizaciones.
Para ello, quiero señalar los tres aspectos, que creo esenciales, y cuya ordenación no es indiferente: confianza, cooperación y convergencia.
Cada organización es tributaria de su historia y en el ámbito de la discapacidad nuestro devenir ha sido tendente, si no al aislamiento, sí al escaso contacto con otras organizaciones con objetivos similares cuando no idénticos. Ciertamente la creación del CERMI, tanto en el ámbito estatal como en el autonómico, ha servido de forma positiva para un mayor contacto y un mejor conocimiento entre los responsables de las organizaciones. Nos conocemos más, pero sigue existiendo aún una barrera que hasta ahora ha resultado difícilmente franqueable: nos falta confianza entre nosotros, conocernos mejor y, si se me permite, ser más transparentes unos con otros.
Por tanto, si se quiere abordar nuevos procesos que impliquen acciones conjuntas de mayor o menor calado, es necesario establecer un clima de confianza, de conocimiento mutuo que nos permita transitar ese camino con garantías de éxito. En este ámbito, todos hemos cometido errores y a todos nos corresponde corregirlos. La confianza es capital. Sin ella, todo proyecto de colaboración está condenado al fracaso.
En segundo lugar, es preciso encontrar espacios de cooperación, y vaya si los hay. Lo que ocurre es que no estamos acostumbrados a ocuparlos. La comisión en la que venimos trabajando ha establecido cuatro ámbitos de cooperación: el político, la gestión de servicios, la gestión de proyectos y programas, y el compartir conocimiento.
Es evidente que es en el ámbito político en el que se ha alcanzado el mayor éxito en el terreno de la cooperación. El CERMI estatal es reconocido como uno de los lobbies más eficaces del país y la mayoría de los CERMI autonómicos se están consolidando como excelentes interlocutores ante sus respectivos gobiernos con notables niveles de éxito, aunque, como en todo, estos sean mejorables.
No sucede lo mismo en los demás niveles que he reseñado. Hay algunas experiencias positivas en el ámbito de la gestión de servicios, pero son claramente minoritarias. No voy a entrar en el análisis de la situación en este campo. Me basta con destacar que la mayoría de los responsables de las organizaciones se dan cuenta de que la situación actual no es sostenible y que tienen que tomar la iniciativa para orientar adecuadamente las políticas de gestión de los servicios, que difícilmente podrán seguir en un marco de aislamiento recíproco.
Los requisitos administrativos tampoco han favorecido hasta la fecha que se puedan poner en práctica iniciativas conjuntas en el desarrollo de los programas. No necesariamente lo impiden, pero no puede decirse que lo faciliten.
Algo similar ocurre respecto al conocimiento. Las organizaciones no comparten elementos de formación, escasamente comparten la tecnología que todas tienen en los distintos abordajes de la discapacidad, cuando la mayoría de ellas atesoran conocimientos que pueden ser utilizados por los demás.
A mi juicio, sólo después de tener confianza y de cooperar, se podrán abordar procesos de convergencia, desde el convencimiento de que éste no implica, o no tiene por qué hacerlo, absorción de una organización por otra, ni que nadie tenga por qué adoptar posiciones dominantes.
En definitiva, se trata de pensar no cómo vamos a subsistir como estructuras, sino de cómo vamos a trabajar con más eficacia para que las personas con discapacidad tengan sus derechos reconocidos y respetados, disfruten de una mejor calidad de vida, y sean más felices. Si ponemos a las organizaciones por delante de las personas iremos directos al fracaso. Si lo hacemos al revés, estaremos cumpliendo nuestra función y seguro que tendremos éxito.